Alguien dijo en forma de broma: «Si tenemos dos orejas y una sola boca, ¡debemos escuchar el doble de lo que hablamos!». Escuchar es la base de la comunicación, y la comunicación alimenta y enriquece todas las relaciones.

Esposo y esposa, velemos para escucharnos uno a otro. ¡Tratemos de entendernos! Evitemos cualquier juicio definitivo o irreflexivo que rompa nuestra comunicación. Los esposos que ya no se comunican correcta y pacíficamente se van distanciando poco a poco el uno del otro.

Niños y jóvenes, escuchen a sus padres: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre” (Proverbios 1:8).

Padres, escuchemos atentamente a nuestros hijos. Si no lo hacemos, ¿cómo podremos construir una relación de confianza?

Escuchar a nuestros vecinos, conocidos, colegas, a menudo es el medio para conocer su insatisfacción y su necesidad de encontrar a Dios. Interesémonos en ellos, para que a su vez estén dispuestos a escuchar cuando les hablemos de Jesucristo.

Y en la iglesia local, ¿cómo puedo animar, consolar, ayudar a mi hermano o hermana, si no lo escucho? ¡Solo el amor que Dios derrama en nosotros a través de su Espíritu puede enseñarnos a escuchar bien a los demás!

El mismo Señor Jesús escuchaba a sus discípulos: “los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado” (Marcos 6:30).