Después de su resurrección, Jesús reunió a sus discípulos en Galilea, provincia despreciada de Israel. El Mesías rechazado y crucificado, ahora resucitado, se convirtió en el centro de la reunión de los creyentes.

Los once discípulos acudieron a la cita y recibieron una nueva misión, junto con la promesa del Señor: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20).

El evangelio según Juan muestra que el domingo de su resurrección el Señor se presentó en medio de sus discípulos, en el lugar donde ellos estaban reunidos (el “aposento alto”) en Jerusalén, estando las puertas cerradas, y les dijo: “Paz a vosotros” (Juan 20:19, 26).

Sencillamente, sin ritos ni reglas, hoy el Señor Jesús también reúne a su alrededor a los que creen en él. Su persona y su obra tienen suficiente atractivo para cautivar y alimentar sus afectos y sus pensamientos. Lo que espera de ellos es su amor por él.

Es cierto que este amor se expresa de forma individual, por medio de una vida verdaderamente consagrada a él. Pero este amor también puede expresarse colectivamente, junto con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, cuando nos reunimos con gozo en torno a él para escucharlo, orarle, y, cada domingo, alabarle y adorarle.

“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (1 Pedro 2:4).

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