«Estaba frente a la pequeña iglesia de ladrillos. El corazón me latía fuertemente. ¿Debía entrar? ¿Esto me ayudaría a encontrar una respuesta a las preguntas con las cuales luchaba?

Como la mayoría de los bengalíes, fui criado en el islam. Rezaba cinco veces al día, ayunaba durante el Ramadán, iba a la mezquita, pero mi corazón seguía vacío. ¿Por qué tenía ese sentimiento de insatisfacción? ¿Por qué mi religión no me daba gozo? ¿Por qué, a pesar de todos mis esfuerzos por rezar y ayunar, no sabía si estaba haciendo bien? ¿Y por qué mis hermanos también me rechazaban como a aquel José, cuya historia leía en la Biblia? Entonces, ¿entraría, o no, a esta iglesia?

Al fin entré. El hombre que hablaba se detuvo repentinamente en medio de una frase. Luego comenzó a hablar y otra vez se detuvo. Los oyentes comenzaron a murmurar. Por tercera vez reanudó su discurso y luego se detuvo. “Este hombre está loco”, pensé, y caminé irritado hacia la puerta. En el momento en que la abrí, el hombre empezó a hablar de nuevo, y sus palabras me llegaron directamente al corazón:»Lo lamento, se disculpó, cada vez que empiezo a hablar, siento que Dios quiere que cambie de tema, que hable de un hombre del Antiguo Testamento llamado José, quien fue vendido por sus hermanos«. Entonces solté la manija de la puerta. ¿José? ¿El hombre cuya historia me estaba cautivando? Luego me senté y escuché».