El miedo invade a menudo nuestra vida cotidiana. Miedo a la enfermedad, miedo a la inseguridad, miedo a los demás…
Y mañana, ¿podría ser peor? Los padres temen por el futuro de sus hijos, temen el desempleo…
La primera vez que los seres humanos tuvieron miedo fue cuando desobedecieron a Dios. Adán y Eva acababan de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Habían transgredido el mandamiento divino. Cuando Dios le llamó, Adán respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo… y me escondí” (Génesis 3:10). La confianza en Dios se había perdido. ¡La duda, el miedo y la desconfianza habían entrado en el corazón del hombre!
Esto sigue siendo cierto hoy en día, y necesitamos reconciliarnos con Dios para recuperar nuestra serenidad. Todo hombre es culpable ante Dios, que es totalmente santo: “Santo, santo, santo, el Señor” (Isaías 6:3) proclaman los ángeles alrededor de su trono (Isaías 6:3). Pero Dios quiere que tengamos una feliz relación con él. Como hijos ante su Padre. “A todos los que le recibieron (a Jesús en su corazón), a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). ¿Tendría miedo un niño de su padre si estuviera rodeado de su ternura y de sus cuidados diarios? Dios nos ama y lo demostró de una forma maravillosa cuando entregó a Jesús, su Hijo único, para salvarnos y purificarnos. Los creyentes saben que Dios está ahí para ellos (Romanos 8:31). Dios les ayuda y les tranquiliza en un mundo a veces tan preocupante (Salmo 23:1).